Hace un par de meses, encontré los 5 libros de cabecera recomendados por Bill Gates, entre los cuales, me llamó la atención uno llamado “El juego interno del tenis” escrito por Timothy Gallwey en 1974 en idioma inglés y titulado “ The Inner game of tennis”. Es un libro de psicología deportiva, en el cual el escritor norteamericano, busca dar recomendaciones para mejorar la técnica y la actitud en la cancha, confiando en nuestro cuerpo y prestando atención a cómo manejamos nuestra mente.
Uno de los temas que más me llamó la atención, fue un capítulo que habla sobre los dos “yoes” que todos tenemos dentro de nosotros. En este caso el escritor trata de explicar como cuando nosotros pensamos, o hablamos con nosotros mismos, creamos en nuestro interior a dos entidades distintas, que son las que permiten que esta conversación se desarrolle, diciendo “que podríamos decir que dentro de cada jugador existen dos «yoes». Un yo parece dar órdenes; el otro, el «mí mismo», parece ejecutar esa orden. Luego el «yo» evalúa esa ejecución. Para mayor claridad, vamos a llamar «yo número 1» al yo que habla y «yo número 2» al que actúa.”
A lo largo del libro, se describe esta relación, y se resalta como el “yo número 1” (es el que habla), y el “yo número 2” (el que hace). Una relación de vital importancia, clave para alcanzar o no, la mejoría necesaria para cualquier objetivo que nos propongamos
Una de las maneras negativas, es cuando el yo número 1, ordena, castiga, maltrata al yo número dos. Subestimando su esfuerzo, minimizando sus logros, y hasta despreciando las capacidades de este ser, que hace lo posible con lo que tiene para obtener mejores resultados.
¿Cómo lo hace? en un capítulo llamado “La típica relación entre el yo número 1 y el yo número 2” el escritor describe lo siguiente:
“Imagina que en lugar de ser partes de la misma persona, el yo número 1 (narrador) y el yo número 2 (ejecutor) son dos personas separadas. ¿Cómo describirías su relación después de haber presenciado la siguiente conversación entre ellos? El jugador está intentando mejorar un golpe. «Está bien, maldita sea, mantén firme tu estúpida muñeca», ordena el yo número 1. Luego, cuando la pelota se acerca, el yo número 1 le recuerda al yo número 2: «Manténla firme. Manténla firme. ¡Manténla firme!». Bastante monótono, ¿no es así? ¡Pues piensa cómo se debe de sentir el yo número 2! Podría parecer que el yo número 1 piensa que el yo número 2 es sordo, o desmemoriado, o estúpido. La verdad, no obstante, es que el yo número 2 —que incluye la mente inconsciente y el sistema nervioso— lo escucha todo, nunca olvida nada, y es cualquier cosa menos estúpido. Después de golpear con firmeza la pelota una sola vez, sabe exactamente qué músculos debe contraer para hacerlo de nuevo. Y no se le olvidará nunca. Eso forma parte de su naturaleza.
¿Y qué sucede al golpear la pelota? Si observas de cerca el rostro del jugador, verás que él está tensando los músculos de las mejillas y apretando los labios en un intento de concentración. Pero la tensión de los músculos faciales no sirve para efectuar un buen golpe de revés, ni tampoco ayuda a la concentración. ¿Quién es el responsable de esa tensión? El yo número 1, por supuesto. Pero ¿por qué? Se supone que él es el que habla, no el que actúa, pero lo que ocurre es que el yo número 1 no confía realmente en el yo número 2 para que haga lo que tiene que hacer. Si confiara, no tendría que hacer nada. Éste es el quid del problema: el yo número 1 no confía en el yo número 2, a pesar de que éste encarna todo el potencial que se ha desarrollado hasta ese momento y está mucho más capacitado para controlar el sistema muscular que el yo número 1.”
Esta relación abusiva se desarrolla en el interior de millones de personas en el día a día. Sucede cuando queremos emprender y no se dan los resultados, cuando queremos mejorar un desempeño y no lo logramos, cuando queremos ganar un juego y perdemos, cuando queremos salir de nuestra zona de confort y no lo logramos, y así cada quien encontrará al menos un ejemplo cotidiano de cómo se desarrolla la conversación entre su yo número 1 y su yo número 2.
Para mejorar esta relación, lo primero que me parece que es clave, es definir las características de cada uno de esos yo.
En mi humilde opinión, el yo número 2 es ese que encontramos cuando meditamos, es la esencia que vive en nosotros. Es ese cuerpo perfecto que la naturaleza, el universo, dios, nos dio. Es ese que nos acompañó cuando aprendimos a caminar, a andar en bicicleta, a levantarnos de millones de tropiezos y jamás nos castigó por nuestra torpeza, sino que por el contrario se divertía y nos hacía continuar intentándolo. Es esa mente capaz de crear ideas que nos tienen viviendo en un mundo de constante crecimiento, evolucionando con esos códigos que nos transmitieron nuestros padres y generaciones pasadas, es ese, el yo más importante que habita en nosotros, ya que es el original.
El yo número 1, también somos nosotros, pero es el que hemos ido alimentando con la información que nuestro entorno nos ha brindado desde que nacemos. Es el que una familia puede que haya formado a través de consejos y buenos ejemplos o bien lo haya hecho a través de castigos, exigencias y maltratos. Es este yo número 1, el que observa y compara, el que piensa de más, y nos dice que no somos capaces de hacer algo, dado a que tuvimos una mala experiencia, o gracias a que su entorno le dijo que no era posible. Es ese mismo que se retroalimenta de errores que vio en redes (porque en las redes nadie lee, solo ve y dice que lee para no aceptar el vacío que eso representa) y es esa misma ausencia de lectura, la cual se liga con la imposibilidad de imaginar, la que hace que el yo número 1, ahogado en su misma ignorancia, arrogancia o desidia, muchas veces maltrata y tiene prisionero a nuestro yo número 2, que lo único que quiere es aprender y mejorar.
Esa relación con mis dos yo, probablemente también se refleje en que tan estrictos somos con el mundo exterior y probablemente como ese mismo mundo exterior nos ve a nosotros mismos.
Si volvemos al tenis, podemos usar el ejemplo, el caso de un jugador como Roger Federer, que se le veía jugar en las pistas prácticamente sin esfuerzo… Federer parecía sujetar la raqueta sin fuerza, con un agarre justo, sus movimientos eran tan armoniosos como es posible, sin forzar los músculos más de lo necesario y utilizando solo la energía requerida para cada punto. Y aún en caso de fallar, daba la impresión que lograba hablar consigo mismo, sin alterarse, sin usar malas palabras, en silencio, solo buscando corregir y mejorar constantemente, y los resultados se le daban.
El caso contrario en la actualidad, sería Nick Kyrgios, un jugador con una condición física envidiable por cualquier atleta, con todos los elementos necesarios para ser el mejor o uno de los mejores jugadores del tenis mundial. Pero ¿cómo son las conversaciones entre sus dos yo? Es un jugador que se grita a sí mismo, que se cuestiona, se reta, se recrimina de muchas maneras, incluso lo hace en voz alta, con tonos y expresiones agresivas. Y el resultado, lejos de ser mejorar durante el juego, termina siendo acelerar el final del mismo, derrotado por su incapacidad de conciliar a sus dos yo y dominar su temperamento.
Este último caso, resulta ser un buen ejemplo gráfico para describir lo que no debemos hacer. Representa cómo muchas veces tenemos todas las condiciones favorables para lograr una meta y se nos va, por exigirnos de más, por no aprender a confiar en nosotros mismos y en las capacidades de nuestros dos yo, que lejos de ser enemigos, deben ser una dupla que se complemente y nos acompañe siempre en el proceso para alcanzar nuestros objetivos propuestos.
Por esto y otras razones que espero seguir abordando, es que considero que muchas veces el mayor enemigo a vencer, no es el contrincante que tenemos enfrente, sino es ese otro yo que nos habla de más, y que si no lo controlamos, puede convertirse en nuestro enemigo íntimo, el más difícil de vencer.
Ing. Luis Miguel Colmenares
@lmsportsbiz